
Una tarde de eterno frío nos encontramos aquí. Si...ya sé que es un lugar muy común, lleno de gente, realidades que se mezclan en murmullos, intimidades que se cuentan a gritos.
Pero es aquí donde te quiero ver junto a mí, en el mismo banco donde te vi por primera vez, donde nos conocimos, me senté a tu lado, te pedí un cigarro, y como en las películas comenzamos a conversar. De ti, de mí, de toda la gente que veíamos desde allí.
Quise reencontrarme contigo, porque sé que nos debemos mutuamente. Sé que aunque haya sido una vez la que intercambiamos palabras, significó un mundo para mí.
Créelo o no, he venido todos los martes desde esa fecha, con la esperanza de volverte a ver, pero el miedo de ver que compartías el banco con otra persona, mataba mis ilusiones y me regresaba a casa.
Había veces en las que me acercaba a las mesitas de las señoras del tarot...¿recuerdas?, a las que bromeando preguntamos nuestro futuro, entre risas burlonas y escepticismo latente. Me acercaba para ver si las cartas me decían dónde estabas, pero nuestra señora, por lo que me sé, por cosas del destino, y que las cartas no pudieron avecinar, falleció...y nadie ha ocupado su lugar.
Quiero que nos volvamos a ver, aunque nuestro banco no está donde mismo, a diez pasos hacia el oriente desde la pileta central. Lo cambiaron, ahora está a tres pasos de ella hacia el oriente. O quizás, esté donde antes pero, como ahora estoy más grande, mis pisadas se reducen a menos de la mitad.
¡Ay! pero, ¿de qué carajo estoy hablando? Es irrelevante dónde nos sentamos. Lo que realmente me importa, lo que me quita el sueño, lo que veo todos los martes a eso de las 7 pm., lo que no dejo de recordar cuando vengo, es eso. Si. Sé que te acuerdas de lo mismo que yo.
La palmera...¡si! La misma que tratamos abrazar más de una vez, y no nos daban los brazos. La palmera que daba sombra en nuestras cabezas, aunque en el cielo la aparición del sol fuera un sueño utópico, la palmera cuyo tronco parecía eterno, pero antes de serlo estallaba en un verde opacado por las nubes en el cielo, en una celebración similar a un año nuevo.
Bueno, o por lo menos esos rollos nos pasamos. No sé qué me habrás dado de fumar, pero confundo estos pensamientos filosóficos con algo llamado amor.
Es que así, sin más...estábamos juntos, pero a la vez tan solitarios cada uno. Quizás eso nos llevó a la conversa, quizás la idea de que jamás nos veríamos de nuevo en este lugar nos llevó a contarnos la vida entera corazón.
No quisiera decirte esto, pero nuestras iniciales talladas en la palmera pasaron de ser un juego para mí. Son ahora la razón de mi locura, la razón de mi desesperación por encontrarte aquí.
¿Cómo fuimos tan estúpidos de ni siquiera darnos los teléfonos al partir? Yo creo, que en el apuro, todo se tornaba apocalíptico.
Quiero comentarte cuando te vea, que esa insignificante acción de tatuarlas en la palmera de una de las plazas de Santiago más concurridas, ha sido mi delirio. Porque jamás pensé que cada pareja que ha tenido la misma historia que nosotros, la haya patentado como muestra de "su" amor. Se la dediquen a la otra persona, sin pensar que para nosotros su inscripción significó más que todo.
Bueno, te dejo esta carta aquí para decirte que mañana martes, no vendré...ni tampoco los martes que le siguen a este. Esta es mi despedida, lo siento, te busqué y no llegaste, pero así como lo tallado en la madera no se borra, tampoco se borrará de mi corazón.
Te amo, adiós