jueves, 21 de mayo de 2009

Para un amigo

La tierra hoy se está de a poco secando. Sigue siendo tierra fértil, pero seca no llama a ser cultivada. Mas un día... lo fue.
Dos personas con manos generosas y trabajadoras sembraron en ella, una semilla.

Una semilla que a ojos del mundo, de diferente al resto, no tenía mucho, pero que nadie imaginaría el fruto que provocaría su crecimiento en este barro.

Así pasaron los años, las estaciones que humedecieron la tierra y luego la secaron más, corrían el polvo con el viento, pisadas brutas y con fuerza ahogaban su intención de crecer, hundían la semilla al núcleo terrestre, y la propia tierra se encargaba de expulsarla nuevamente. Este ciclo se repetía, pero la semilla ya no estaba intacta.

La semilla ahora no era semilla, sino que algo que no podríamos explicar, porque era más bien amorfa. Pero conforme pasaba el tiempo, decidió asentarse. De ese lugar nadie la movió. Comenzó de a poco a convivir con la tierra fértil, comenzó a estirar raíces fuertes y enredadas entre sí. Muchas veces esas raíces se toparon y confundieron con otras que estaban en el mismo proceso de crecimiento, pero el tiempo pasaba, afuera la vida seguía y solas...se desenvolvieron no olvidando que habían formado parte de un mismo suelo. No olvidando de que eran amigas, no olvidando el pasado que compartían, ni menos lo que las había hecho encontrarse.

La tierra se preguntaba qué cosa era esa que succionaba lenta pero potentemente toda su energía. Todos sus minerales, sus productos enriquecedores, se perdían en este sola "ex-semilla", hoy, casi árbol. Esa "cosa" por la que la tierra preguntaba, había dejado sus inicios atrás, su infancia, su carácter pequeño e infantil. Era ahora, como decíamos, un pequeño árbol. Sus raíces habían crecido a tanta velocidad y con tanta fuerza, que era imposible que ahora un pequeño viento hiciera vacilar su tronco, y menos correrlo de lugar, como sí lo hizo el mismo viento cuando era una pequeña semilla.

Ahora este pequeño cigüeñal se había convertido en un enorme árbol, muy fuerte y de raíces muy arraigadas a su tierra, su hogar...su eje, su suelo.
Nadie era capaz de tirarlo abajo, era imposible...había conseguido el respeto en el bosque y todo el mundo lo quería muchísimo.
Llegó el otoño, su primer otoño como árbol. Las primeras hojas brotaron en la primavera, pero ahora con este helado otoño, el árbol tuvo que ver cómo esas mismas hojas que antes lo habían teñido de un envidiable verde, hoy caían por el viento y las incesantes lluvias, penas y depresiones de su corazón...caían y caían a sus pies. La misma tierra que le había dado la vida hace unos otoños atrás, hoy recibía las hojas y frutos secos de él mismo. Qué tristeza provocaba ver al árbol desnutrido, sin esperanza de florecer nuevamente. Por ello, la tierra comenzó a secarse...porque las raíces de ese árbol le contagiaban la pena y desilución. Pero lo que él no sabía era que esta misma situación, ocurriría por el resto de sus días. Era un ciclo, que se repetía. Volvería a florecer y cada vez de manera más frondosa; volvería a llorar al ver sus hojas caídas en el suelo. Esto pasaría por tanto, siempre...y no podía permitir que cada vez pareciera un árbol demacrado y sin "vida" cuando pasaba estas penas.

Una vez comprendida su filosofía de vida, tomó sus penas y las convirtió en frutos del mejor sabor que en la tierra se ha probado. Ahora todos los otoños parecían primaveras porque en él había muerto la desesperanza, había fluido nuevamente la recina del buen vivir, y no permitiría la sequía y e infertilidad de sus tierras por culpa de sus amarguras.

Las raíces que alguna vez se confundieron con las suyas, formaron parte de su vida, pero esta vez no se toparon bajo tierra sino que formaron el bosque más grande y verde de todo el mundo.
Un bosque de amistad infinita.

Para un amigo...



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